- Nace en el Pirineo enterrado bajo el asfalto, pasa por el lugar más contaminado de Aragón y muere casi sin agua en el Ebro, tras cruzar presas innecesarias o mal proyectadas
- El previsto embalse de Biscarrués, junto a los Mallos de Riglos, es la puntilla a este cauce aragonés, que en 200 kilómetros resume las incoherencias políticas que sufren muchos ríos españoles
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El Gállego, río emblemático de Aragón y de la cuenca del Ebro, es un ejemplo paradigmático de los males crónicos que padecen muchos ríos españoles, sometidos a todo tipo de presiones y privados de su carácter natural. El Gállego reúne, en sus menos de 200 kilómetros, un rosario de abusos ambientales, obras innecesarias o mal proyectadas y decisiones de gestión irresponsables que han degradado su valor ambiental y han privado a la sociedad de un bien común de gran valor. La cooperación entre administraciones, usuarios y sociedad, básica en cualquier política de aguas y que ha destacado la ONU con motivo del reciente Día Mundial del Agua, no ha existido en el entorno del Gállego.
Lo que impera es un objetivo político orientado a la construcción de grandes infraestructuras hidráulicas que acarrean gastos millonarios a las arcas del Estado; su utilidad es secundaria. Son obviadas la planificación a largo plazo y el cumplimiento de las normativas de la UE, y también se ignoran los pilares de la sostenibilidad: el social, el económico y el ambiental.
Recordar hoy el “calvario” del río Gállego, sus gentes y la economía de su entorno, amenazados ahora mismo por un pantano como el de Biscarrués que se ideó hace 35 años y podría costar cerca de 100 millones de euros, puede servir para reflexionar sobre lo que no debería volver a repetirse.
Río Gállego, con los Mallos de Riglos al fondo y mapa con los principales impactos y zonas protegidas ©SEO/BidLife
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